Simón Mon
En los tiempos
en que los recaudadores perseguían a los contrabandistas de aguardiente, un
pobre hombre que vivía en el caserío Palo Blanco traía el líquido animador de
fiestas, negocios y pactos secretos. El “yonque de cordón”, como suelen llamar
a ese licor cuando es de buena calidad, era destilado en los afamados trapiches
de Penachi, lugar conocido por la elaboración del mejor yonque de esa zona
andina.
La enorme
demanda del buen yonque de Penachi, consumido en todas las fiestas de la franja
andina de Colaya, Huaratara, Canchachala, Ullurpampa, Penachi, Kerguer, Chiñama
y hasta la lejana Huallabamba, y en todos aquellos poblados donde se celebra la
fiesta religiosa, produjo una gran escasez del líquido animador de las más
bullangueras juergas.
Por esta razón,
el comprador tuvo que ir en busca de tan cotizada mercancía a las alturas de
salas, a la shita y la pescadera.
Cuando regresaba
tarde de la noche, con sus odres llenos de aguardiente, perfumado a su paso los
caminos solitarios, son ese olorcillo convidador y fiestero, sintió a lo lejos,
en el silencio de la profunda noche, el tropel de un ágil caballo que se
acercaba veloz. El humilde comerciante, temeroso, pensó ques se trataba de
recaudador que andaba haciendo sus pesquisas. De inmediato inquirió que su
mercancía seria decomisada por este empleado del gobierno que vigilaba los
caminos y trapiches, para que productores y comerciantes pagaran sus impuestos.
De pronto, como
salido de la negrura de la noche, frente a él estaba el apuesto misterioso
jinete, vestido de blanco, contrastado con el color de la noche y el brioso
corcel que montaba. El animal bien enjatado relincho en el silencio de la
penumbra y luego el extraño personaje desmonto. El comerciante con suma
humildad y temblando de miedo se le acerco y dijo: buenas noches señor. El
hombre blanco, sin mostrar el rostro, replico: no me llames señor, soy tu
amigo; de donde bienes y a estas horas? – disculpe, por favor comprenda que soy
un humilde padre de familia, argumento suplicando el vendedor de aguardiente,
sin poder controlar su nerviosidad, pero aquel extraño hombre como salido de
las sombras, mostrando amabilidad persuasiva, dijo: no temas, si tú quieres te
yo te ayudo y conmigo tendrás mucho dinero. De súbito el canto del madrugador
gallo anuncio el claro amanecer, aproximándose con el lejano fulgor de las
estrellas. Un vientecillo frio agito el follaje de los arboles cercanos y un
largo relincho despertó a las aves y a los zorros que descansaban en sus
madrigueras.
dé un apoyo, me
busca en el cerro tres puntas, siempre a las doce del día, y me llama.
Ceremonioso, recomendó: primero lanzaras tres silbidos bien fuertes, luego
gritas con todas tus fuerzas ¡Simón Mon! tres veces consecutivas. Dicho esto,
por encanto desapareció y el misterioso canto del gallo se escuchó lejanamente.
El comerciante
de aquel licor andino que vierte coraje al poblador que esconde sus complejos
en el subconsciente, dio un grito aterrador desplomándose frente a la puerta de
su casa. La esposa, al abrir la puerta presurosa, encontró a su marido
brotándole espuma por la boca. Había visto en los solitarios Bueno amigo, dijo
el gallardo jinete, hasta aquí ha sido la compañía. Cuando se anime a que le parajes
a Simon Mon, el diablo.
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